Color Luna y León
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Color Luna y León
Título aun no definido
"Piel de Luna y León"
"Leones en Novilunio"
Es importante que haga alusión al león y la luna.
Well well! Chicas. Como dije ando escribiendo una novelita corta. Así romantica, para mujeres, con tintes dramáticos y eróticos y todo eso XD... bueno pues. Igual me gustaría ir subiéndolo, creo que es un mejor registro y me anima más a seguirlo, ya que lo escribí hace algunos meses y en mi llave USB lo dejo olvidado, ademas de que ya no le cabe nada . Claro si alguna está aburrida y les da curiosidad de leerlo pues se agradecería su opinión, recomendaciones, sugerencias, mejoras, si se puede correcciones... etc. Si no, no se sientan obligadas La verdad lo estoy haciendo más por darme a mi misma ánimos de seguir.
Pienso publicar este material (Aunque no con fines monetarios) en una plataforma de escritores amateurs. Tan sólo para ver que tanto gusta, que tan mal estoy XD y pues, mas que nada por proyecto personal.
La historia gira entorno a Cordelia (A quién mejor identificarán como La Madre de Zaccharie de la que rara vez hablo) y cómo fue que se unió al clan Bonnet, las circunstancias que pasó, por las cosas que lidió y las migas que sembró en un negocio que en un futuro permitiera a su hijo viajar por áfrica y el medio oriente.
¿En qué me he metido?
El clangor de un relámpago, el gorgoteo de la lluvia desatada sobre el mar, el silbido de la borrasca y, finalmente, el brusco golpe de una ola a estribor. Cordelia tenía que auxiliarse de grandes bocanadas de aire para lidiar con la ansiedad.
Más angustiada y nerviosa de lo habitual, clavaba los dedos en su cuero cabelludo e insistentemente peinaba su flequillo hacia la coronilla. Susurraba la misma pregunta entre cada intervalo de su agitada respiración <<¿En qué me he metido?>>.
Había escuchado, como cualquier persona que amara las buenas aventuras, cientos de historias y anécdotas terribles sobre naufragios marítimos; Y por primera vez comenzó a envenenarse con pensamientos fatalistas. No podía dejar de vaticinar que todos esos cuentos se materializaran en una trágica experiencia que viviría, en cualquier instante, en carne propia.
Por muy burdo que parezca, reconocía que no se trataba de aquél natural pánico a morir ahogada lo que le mantenía en ese estado de inquietud; Cordelia temía esa noche por perderlo todo. Había empeñado su único patrimonio personal, del mismo modo como había depositado todas sus esperanzas y sueños en el pasaje y los costos de aquella excursión. No fue hasta aquél momento, entre relámpagos azotando la noche y el zarandeo de las olas, que se dio cuenta que estaba a merced de las eventualidades y los accidentes propios de una travesía en altamar. Persistía la probabilidad de que todo sacrificio quedara perdido por culpa de los malos tiempos, la mala suerte o las terribles decisiones que la habían llevado a dormir en un camarote a mitad del oceáno.
Unas noches antes de partir se había escabullido hasta el despacho de su tío, el señor Leone, en el cual tenía terminantemente prohibido entrar y tomó las escrituras de la antigua residencia de su niñez, la casa de sus difuntos padres.
El señor Leone junto a su esposa, la señora Leone, eran los responsables de custodiar tanto a la muchacha como a los bienes que habría heredado después del lamentable deceso de sus padres. No sería, sino hasta el día que Cordelia contrajera matrimonio, que la huérfana pudiera tener acceso a tales escrituras. Así lo había estipulado su padre antes de morir. Cordelia sabía que ese día estaba a infinitas lunas de ocurrir. Necesitaba con urgencia dinero, y la única manera de obtenerlo era empeñando su casa sin pedir permiso a sus tíos. En consecuencia natural, nunca tuvo el coraje ni la cara de confesar a su familia sobre sus planes inmediatos; de hacerlo tendría que dar explicaciones, y si alguien era fatal mintiendo, aquella era Cordelia.
Cuando abandonó la finca de sus tíos, con un baúl de viaje en mano, se excusó explicando que visitaría la casa de verano de los Bonnet por unos días, lo cual era en parte verdad. La familia concluyó que se trataría de una ordinaria invitación de la familia Bonnet para compartir tiempo con su prometido, a quien fiaban total discreción y celibato prematrimonial. Jamás sospecharon que dentro de su baúl se encontraban las escrituras de una casa, papeleo de identificación y un collar de perlas, propiedad de su tía, con valor de no menos de 300 luises. ¿Y cómo serían capaces de atisbar las intenciones de Cordelia cuando se despidió? Aquella, quién se había criado en un internado para señoritas de alcurnia y poseyera una reputación intachable, ni en sus peores momentos de locura tendría la insensatez de embarcarse sola, a espaldas de sus tíos, en un viaje de, por lo menos, una cuarteta de novilunios rumbo a África, alejándose de Francia, de su familia y sin siquiera tener la cortesía de anunciarle a su prometido, el joven Alphonse Bonnet, el detalle que había decidido no casarse con él.
Y lo peor es que sus razones no rayaban los motivos justificables que usualmente la sociedad indultaba en tales comportamientos. No odiaba la casa de sus tíos, adoraba esa finca tanto como a sus primos a quienes consideraba hermanos; Ni por que fuera maltratada o menospreciada, pues una vez que salió del internado los Leone habían procurado para ella una habitación personal y todas las comodidades posibles para una dama, como si de una hija propia se tratara; Ni por que deseara conocer el mundo o ansiara libertad, aventura o gloria. Fue porque en un arrebato de tristeza y frustración, decidió que la mejor alternativa de forjarse una vida digna era concibiéndola por medios propios.
Al observar la entrecortada luminiscencia de un relámpago filtrándose a su camarote, se cuestionó repetidamente, si lo que había hecho podría considerarse un acto de coraje y valía, o un imprudente episodio de impulsividad.
— ¿En qué me he metido?
Tan pronto sus tíos se percataran de que las escrituras ya no estaban en su poder, y que Cordelia no estaba con Alphonse Bonnet, seguramente ya no tendría un lugar en la mesa de los Leone o una habitación que aguardara por ella en la finca. Cordelia les habría mentido y había insultado su hospitalidad, la confianza de los Leone se había perdido. ¿Y para qué?. Cambió las cálidas almohadas de plumas en una cómoda habitación en la finca, por unos trapos pestilentes de lana dura que apenas la cubrían; O La sopa caliente y el pan recién horneado de la mesa de los Leone, por el engrudo a base de avena y arroz en el barco como desayuno. ¿Valdría la pena todos los inconvenientes y todos los sacrificios invertidos en este intento de consecución personal?.
—Lo vale — susurró una voz dentro de ella. —Vale cada legua, cada mentira y cada lágrima derramada en miedo e incertidumbre—, Insistió la misma.
Acompañado de aquél susurro interno, la joven se vio asaltada por vagos recuerdos que comenzaron a flagelarla. Memorias que esclarecían el horizonte y le permitieron respirar profundamente al mermar su ansiedad. Rememoró por un instante cuán infeliz y desesperada estaba. Cuanta sed tenía de un cambio milagroso en su vida, y la emoción que le llenaba la idea de emprender el abordaje al navío en el que ahora estaba intentando dormir.
Si Emma estuviese junto a ella le sacudiría con más ferocidad de lo que el mar, ahí fuera, mecía el barco. La abofetearía si fuese necesario hasta que se deje de miedos, flaquezas y pesimismos. <<¿Te desmoronas por una simple tormenta?>>, imaginó la voz de su amiga regañándole desde algún lugar.
Emma era su hermana no sanguínea. Un alma gemela que conoció en el internado cuando era niña. Se consideraban un par inherente, como lo son el día y la noche o el sol y la luna. Emma, con su cara cincelada, rasgos delicados y cabellera dorada, era la fuerza y el sol; Cordelia, con su mirada intensa y cabello de ébano, era la luna. Así las habrían descrito alguna vez, y ambas adoptaron su correspondiente emblema con orgullo.
Lamentaba que Emma Gautier se hubiese comprometido y sucesivamente mudado a otra ciudad. Pero eso era inevitable. Emma gozaba de una hermosura insólita y sobraban los caballeros que fueran capaces de batirse a un duelo por su mano. Pero para Cordelia era muy duro lidiar con esa ausencia. No tener a su hermana junto a ella fue parecido a perder un miembro de su cuerpo. Emma era su pilar personal, a quien acudía por consejo, opinión, apoyo incondicional o fuerza moral. Cuanta falta le hacía y que minusválida se sentía sin ella. Y justo en los momentos más intransitables y trascendentales por los que pasaba en ese momento.
Al ser una joven, de apenas diecisiete años, soltera y recién salida de un internado religioso, no contaba con grandes oportunidades y herramientas en la vida para sustentarse un futuro próspero, o por lo menos no por sus medios inmediatos. Cuando sus padres murieron liquidaron sus últimas monedas entre las deudas acumuladas y los años necesarios del internado para asegurar a su única hija una formación adecuada. Para lo que restaba, tenía que atenerse a la bondad de sus tíos que, cabe aclarar, no eran ricos, y desde luego, no contaban con el tiempo para sus caprichos o necesidades.
Si Cordelía era sincera consigo misma, podría confesar que se sentía realmente abatida por no poder consolidar una vida prometedora a recaudo de un buen conyugue, como todas sus excompañeras ya lo habían logrado, como se supone que debía de pasar y como su familia había esperado de ella para esa altura de su florecida feminidad. Encontrar al marido adecuado, que viera por el bienestar de una educada y refinada huérfana, había sido la última esperanza de sus padres de mantenerla enclaustrada en un costoso internado de renombre.
El clima en el internado ayudaba poco, sus compañeras no hablaban de otra cosa. Contaban los días de dejar el uniforme y sumarse al apellido de un caballero de buena familia, y Cordelia, por supuesto, no podía aspirar a menos.
Las “Magnolias de Varela”, no era un lugar que cualquier familia pudiese costear. Alojaba, entre otras distinguidas damas, a la hija del Almirante Cavalgary, la heredera de la fortuna Vellfort y a la hija del vizconde Bissett. Muchas de ellas internadas con el propósito de mantener su castidad bien resguardada hasta desposar al mejor pretendiente electo por sus padres. Como mujeres de exquisito estatus y educación, no supondría ningún problema encontrar un hombre a la altura de las expectativas. Y Si ellas no lo encontraban por mérito de su simpatía y belleza, las figuras paternales o los tutores de las mismas se encargaban de hacer gala de la posición familiar y llevar a cabo aquella elaborada búsqueda entre los codiciados viudos acaudalados, u otros hombres con dinero y sin compromisos maritales.
Eran pocas las internas que se sumaban a las filas de las casaderas solteras, y para su desgracia, Cordelia era una de ellas. Por tanto sus opciones se reducían a dos posibilidades: Principiar el noviciado como una alternativa segura y digna para una huérfana de buena familia, o emprender la búsqueda de un cónyuge a través de bailes y comitivas sociales. Por supuesto, la segunda alternativa era tentativamente más atractiva para una mujer en sus diecisiete, pero comprendía de una destreza en lenguaje corporal y coquetería del cual carecía por completo. Tendría que verse inmersa en una competida caza de solteras entre viudas y hermosas cazafortunas, aún más desesperadas, que eran expertas en el arte de la seducción. Ella aún era una niña en un caparazón… un caparazón que además era poco interesante para los varones.
Alguna vez una de las chicas le recomendó ir por los hombres mayores. “Ellos las prefieren virginales y puras”, le aseguró. Pero Cordelia se sentía incómoda en compañía de gente mayor. No comprendía de charlas sofisticadas, finanzas o de política, los temas recurrentes de aquellos señores; Además no se sentía atraída por los hombres que pasaban los veintiséis. Sólo le arrancaban suspiros los jóvenes que oscilaran su edad. Emma lo comprendía mejor que nadie. “¿De qué se puede hablar con un viejo?´, ¿Sobre bastones?, ¿Sobre pelucas para ocultar la calvicie?”.
Alphonse Bonnet parecía ser el indicado. Se ajustaba al perfil que siempre había deseado. Tenía su misma edad, un porte elegante a juego con un rostro afable. Era tímido y un sujeto de conversación simple, y una amplia sonrisa en cada respuesta.
La huérfana siempre sintió predilección por los rostros comunes sobre los atractivos. Damián Oset era el laurel dorado entre los jóvenes, aquél por el que todas las chicas se aletargaban en su presencia. Tenía ese tipo de rostro cautivador y perfecto del que era difícil desprenderse, y consecuentemente era poseedor de un ego y una soberbia que sobrepasaba los límites de la paciencia y la tolerancia del resto del mundo. Su arrogancia sólo podría rivalizar con la gallardía que destilaba. Era por él que había desarrollado interés hacia los chicos más discretos, y Alphonse era uno de ellos. Un chico cuya apariencia no brillaba entre el resto de los caballeros, pero su sencillez lo hacía resplandecer. No solía sociabilizar con mujeres, lo cual le dotaba de un recatado encanto puro y dócil. Alguien como Damián Oset jamás lograría hacerla sentir tan cómoda como lo hacía la compañía de Alphonse Bonnet.
Cordelia respiró profundamente, frustrada, al recordar la vez que lo conoció.
A comienzos de la primavera, durante la exhibición de la bisutería floral de ese mismo año, su prima, Marietta, daba un recital de canto para amenizar la conmemoración. Marietta Leone había dedicado todos sus esfuerzos desde muy pequeña a perfeccionarse como soprano de ópera; para ella era inevitable no desperdiciar ninguna oportunidad de presumir sus avances vocales en eventos públicos, como era el caso de la exhibición anual del arte floral de la localidad.
Aún podía escuchar la dulce voz de Marietta entonando “Vanne Pentita a Pangere” sobre una tarima a mitad del parque principal rodeada de la exquisita colección de florecientes rosas y claveles de la Condesa de Provenza. Cordelia no podía presumir de ser experta en la rama musical, de hecho era tan ignorante que llegaba a exasperar a sus tíos cuando saltaba el tema en la mesa; Sin embargo disfrutó aquéllas notas como si fuese una compositora erudita. La cara iluminada y extasiada de su prima era suficiente para alegrar el momento y deleitarse con la melodía. Su prima se había preparado para aquél recital como si su vida se fuera en ello y, como familia consanguínea, era su deber apoyarla y aplaudirla desde la primera fila. Fue durante el segundo estribillo cuando Nicolai Leone, su primo y hermano menor de Marietta, se acercó junto con un buen y cercano amigo llamado Alphonse.
—¿Llego muy tarde?—Preguntó Nicolai con respiración agitada después de abrirse paso entre la multitud que atendía el recital de Marietta. —Pensé que Marietta comenzaría más tarde. ¿Han adelantado el programa?.
— Llegas a tiempo—Le aseguró Cordelia —Comenzó hace...un soplo de clarín.
—Rogaré por que sea cierto. De lo contrario Marietta estará reprochándomelo por un mes—Bromeó en complicidad con Cordelia. Ambos sabían que Marietta era de fuerte temperamento y muy sensible cuando se trataba de sus recitales.
La muchacha soltó una risita sutil e incómoda, una que soltaba cada vez que su primo hacía un chiste a costa de su hermana. Y Tras unos instantes contemplando a la voluminosa cantante, advirtió finalmente la presencia de Alphonse cuando éste habló por primera vez.
—Tu hermana canta realmente bien—Opinó el moreno con voz suave y gentil.
—Pierde todo el encanto cuando la escuchas cuatro horas continuas, todos los días—Exclamó en respuesta su primo.
La joven Cordelia le proporcionó un codazo. El comentario era de lo más inoportuno y Nicolai solía ser muy indiscreto cuando se trataba de hablar sobre su hermana.
—Sólo bromeo—Se justificó su primo divertido. —Cordelia, ¿Conocías a Alphonse? —Preguntó entonces. Quizá intentando distraerla de su comentario anterior.
—Me parece que no había tenido el placer.
—Ella es mi prima—Explicó Nicolai a su amigo —Recién se mudó a nuestra finca. Acaba de terminar su internado; “Una Magnolia”.
Alphonse era alto, de rostro alargado y de cabello tan obscuro como el de ella. Tenía un par de cejas muy marcadas que le ornaban en su rostro un carácter peculiar. Al joven le costó mantener la mirada de Cordelia por más de unos segundos, fingía atender la punta de sus zapatos con mucha timidez.
Enternecida por ese gesto, Cordelia no dejó de sonreírle en lo que restó del recital.
En un momento inexacto entre la segunda y la cuarta canción de Marietta, Nicolai se ausentó con el pretexto de ir a buscar algo para refrescarse. A la joven no le importó apreciar el concierto hasta su nota final en compañía de un desconocido Alphonse, quién al paso del intercambio de comentarios fue perdiendo parcialmente la timidez.
Cuando los aplausos cesaron y la muchedumbre se dispersó para vagar entre los arreglos florales, Cordelia y Alphonse se encaminaron juntos a buscar a Nicolai. Fue un excelente pretexto para fraternizar con el muchacho.
—¿Dónde conociste a mi primo? —Preguntó la joven.
—Lo conocí desde que era monaguillo en la parroquia de las afueras del pueblo—Respondió algo nostálgico.
— ¿Tú también dedicarás tu vida a las sagradas escrituras? — Preguntó, casi de inmediato. Dejando constatar involuntariamente algo de desilusión.
—¿Yo? —Exclamó —No podría.
Cordelia volvió a respirar tranquila con aquella respuesta. Temía comenzar a enamorarse de alguien que ambicionara hacer voto de celibato.
—Mi padre no me lo permitiría—Añadió.
—Entonces puedo sospechar que eres el único varón de tu familia. —Se aventuró a adivinar, con un renovado entusiasmo.
—El único varón… y el único hijo—asentó.
Cordelia sonrió. Había descubierto la primera cosa en común con Alphonse. ¿En cuántas cosas más podrían estar compaginados?
La conversación se extendió hasta más allá del medio día. Fue un momento sumamente agradable aquel que pasó caminando al lado de aquél muchacho, aunque aquél apenas decía palabra, aquella tenía la sensación de que entre más sonrisas intercambiaban, mayor era el vínculo entretejiéndose. Se sentía privilegiada de tener como antesala esos gloriosos monumentos de rosas, claveles y camelias, que apiladas formaban fabulosas esculturas salidas del jardín de venus. Era perfecto, romántico, casi creyó que se trataba de una obra divina en repuestas de sus plegarias; Lamento que, subsecuentemente, encontraran a Nicolai en el tenderete de manzanas, y que aquella amena caminata entre los dos llegara a su fin.
Los días que siguieron a ese primer encuentro, se sumergió en un mar de esperanzas y anhelos con sabor a matrimonio. Comenzó a perfeccionar su ataviado personal, apretar un par de centímetros más su corsé para acentuar su cintura y a perfeccionar sus lecciones de refinamiento y modales. Nicolai había invitado a Alphonse para visitar la finca, como otras veces lo había hecho con casualidad y sin alguna formalidad, pero esta vez era especial. El padre de Alphonse, un importante negociante con título aristócrata, asistiría con la intención de conocer a la familia Leone. Era extraño que los sujetos con el estatus como la de los Bonnet visitaran fincas de familias inferiores, sabían que no serían atendidos con aquellos lujos a los que estaban acostumbrados, pero Cordelia estaba segura que ese gesto sólo podía indicar una cosa: El padre de Leone tenía intención de arreglar un compromiso, lo que indicaba que Alphonse estaba interesado en ella.
Exhaló una bocanada de aire. Que boba había sido. Cerró con fuerza los ojos para contener el enojo que hervía dentro de su pecho. Era furia hacia ella misma y sus ilusos sueños desesperados por casarse con el primer hombre que la había deslumbrado con su apellido y una sonrisa. Dejarse engatusar por esos anhelos infantiles la rebajaron inmediatamente a compararse entre aquél vergonzoso rubro de provincianas crédulas y profanas, carentes de mundo e intelecto, era precisamente lo que nunca debía convertirse tras sus años en un costoso internado.
Quizá la verdadera razón de abordar ese barco se debía a ese sentimiento, o eso reflexionó. De alguna manera sentía que se alejaba de esa niña desesperada e ilusa que tanta desilusión había barnizado sobre sí misma. Ser la mentirosa e ingrata sobrina de los Leone era mejor que ser la ingenua y desesperada prometida de Alphonse, o así lo consideraba ella.
¿Pero quién le aseguraba que esa niña ilusa y desesperada se había quedado en Francia?. Notó que sus uñas habían llegado a lastimar la propia piel de sus palmas cuando se tensó y cerró sus puños apenas escuchar un intimidante trueno que retumbó sobre cada madero que conformaba su apretada cabina; Lo notó enseguida, esa niña ingenua y desesperada estaba más presente que nunca. Después de todo reconocía que la desesperación la había empujado a acceder a ese viaje y la ingenuidad a creer que sería tan sencillo, seguro y cómodo como un paseo por el carruaje de sus tíos. Si la expedición resultaba un fracaso, una probabilidad inherente en cada negocio de riesgo, todo habría sido en vano. Y esta vez, no habría una segunda propiedad que empeñar, una familia de tíos que vean por su seguridad o un prometido esperando su mano.
—¿En qué demonios me he metido?
"Piel de Luna y León"
"Leones en Novilunio"
Es importante que haga alusión al león y la luna.
Well well! Chicas. Como dije ando escribiendo una novelita corta. Así romantica, para mujeres, con tintes dramáticos y eróticos y todo eso XD... bueno pues. Igual me gustaría ir subiéndolo, creo que es un mejor registro y me anima más a seguirlo, ya que lo escribí hace algunos meses y en mi llave USB lo dejo olvidado, ademas de que ya no le cabe nada . Claro si alguna está aburrida y les da curiosidad de leerlo pues se agradecería su opinión, recomendaciones, sugerencias, mejoras, si se puede correcciones... etc. Si no, no se sientan obligadas La verdad lo estoy haciendo más por darme a mi misma ánimos de seguir.
Pienso publicar este material (Aunque no con fines monetarios) en una plataforma de escritores amateurs. Tan sólo para ver que tanto gusta, que tan mal estoy XD y pues, mas que nada por proyecto personal.
La historia gira entorno a Cordelia (A quién mejor identificarán como La Madre de Zaccharie de la que rara vez hablo) y cómo fue que se unió al clan Bonnet, las circunstancias que pasó, por las cosas que lidió y las migas que sembró en un negocio que en un futuro permitiera a su hijo viajar por áfrica y el medio oriente.
CAPÍTULO 1
¿En qué me he metido?
El clangor de un relámpago, el gorgoteo de la lluvia desatada sobre el mar, el silbido de la borrasca y, finalmente, el brusco golpe de una ola a estribor. Cordelia tenía que auxiliarse de grandes bocanadas de aire para lidiar con la ansiedad.
Más angustiada y nerviosa de lo habitual, clavaba los dedos en su cuero cabelludo e insistentemente peinaba su flequillo hacia la coronilla. Susurraba la misma pregunta entre cada intervalo de su agitada respiración <<¿En qué me he metido?>>.
Había escuchado, como cualquier persona que amara las buenas aventuras, cientos de historias y anécdotas terribles sobre naufragios marítimos; Y por primera vez comenzó a envenenarse con pensamientos fatalistas. No podía dejar de vaticinar que todos esos cuentos se materializaran en una trágica experiencia que viviría, en cualquier instante, en carne propia.
Por muy burdo que parezca, reconocía que no se trataba de aquél natural pánico a morir ahogada lo que le mantenía en ese estado de inquietud; Cordelia temía esa noche por perderlo todo. Había empeñado su único patrimonio personal, del mismo modo como había depositado todas sus esperanzas y sueños en el pasaje y los costos de aquella excursión. No fue hasta aquél momento, entre relámpagos azotando la noche y el zarandeo de las olas, que se dio cuenta que estaba a merced de las eventualidades y los accidentes propios de una travesía en altamar. Persistía la probabilidad de que todo sacrificio quedara perdido por culpa de los malos tiempos, la mala suerte o las terribles decisiones que la habían llevado a dormir en un camarote a mitad del oceáno.
Unas noches antes de partir se había escabullido hasta el despacho de su tío, el señor Leone, en el cual tenía terminantemente prohibido entrar y tomó las escrituras de la antigua residencia de su niñez, la casa de sus difuntos padres.
El señor Leone junto a su esposa, la señora Leone, eran los responsables de custodiar tanto a la muchacha como a los bienes que habría heredado después del lamentable deceso de sus padres. No sería, sino hasta el día que Cordelia contrajera matrimonio, que la huérfana pudiera tener acceso a tales escrituras. Así lo había estipulado su padre antes de morir. Cordelia sabía que ese día estaba a infinitas lunas de ocurrir. Necesitaba con urgencia dinero, y la única manera de obtenerlo era empeñando su casa sin pedir permiso a sus tíos. En consecuencia natural, nunca tuvo el coraje ni la cara de confesar a su familia sobre sus planes inmediatos; de hacerlo tendría que dar explicaciones, y si alguien era fatal mintiendo, aquella era Cordelia.
Cuando abandonó la finca de sus tíos, con un baúl de viaje en mano, se excusó explicando que visitaría la casa de verano de los Bonnet por unos días, lo cual era en parte verdad. La familia concluyó que se trataría de una ordinaria invitación de la familia Bonnet para compartir tiempo con su prometido, a quien fiaban total discreción y celibato prematrimonial. Jamás sospecharon que dentro de su baúl se encontraban las escrituras de una casa, papeleo de identificación y un collar de perlas, propiedad de su tía, con valor de no menos de 300 luises. ¿Y cómo serían capaces de atisbar las intenciones de Cordelia cuando se despidió? Aquella, quién se había criado en un internado para señoritas de alcurnia y poseyera una reputación intachable, ni en sus peores momentos de locura tendría la insensatez de embarcarse sola, a espaldas de sus tíos, en un viaje de, por lo menos, una cuarteta de novilunios rumbo a África, alejándose de Francia, de su familia y sin siquiera tener la cortesía de anunciarle a su prometido, el joven Alphonse Bonnet, el detalle que había decidido no casarse con él.
Y lo peor es que sus razones no rayaban los motivos justificables que usualmente la sociedad indultaba en tales comportamientos. No odiaba la casa de sus tíos, adoraba esa finca tanto como a sus primos a quienes consideraba hermanos; Ni por que fuera maltratada o menospreciada, pues una vez que salió del internado los Leone habían procurado para ella una habitación personal y todas las comodidades posibles para una dama, como si de una hija propia se tratara; Ni por que deseara conocer el mundo o ansiara libertad, aventura o gloria. Fue porque en un arrebato de tristeza y frustración, decidió que la mejor alternativa de forjarse una vida digna era concibiéndola por medios propios.
Al observar la entrecortada luminiscencia de un relámpago filtrándose a su camarote, se cuestionó repetidamente, si lo que había hecho podría considerarse un acto de coraje y valía, o un imprudente episodio de impulsividad.
— ¿En qué me he metido?
Tan pronto sus tíos se percataran de que las escrituras ya no estaban en su poder, y que Cordelia no estaba con Alphonse Bonnet, seguramente ya no tendría un lugar en la mesa de los Leone o una habitación que aguardara por ella en la finca. Cordelia les habría mentido y había insultado su hospitalidad, la confianza de los Leone se había perdido. ¿Y para qué?. Cambió las cálidas almohadas de plumas en una cómoda habitación en la finca, por unos trapos pestilentes de lana dura que apenas la cubrían; O La sopa caliente y el pan recién horneado de la mesa de los Leone, por el engrudo a base de avena y arroz en el barco como desayuno. ¿Valdría la pena todos los inconvenientes y todos los sacrificios invertidos en este intento de consecución personal?.
—Lo vale — susurró una voz dentro de ella. —Vale cada legua, cada mentira y cada lágrima derramada en miedo e incertidumbre—, Insistió la misma.
Acompañado de aquél susurro interno, la joven se vio asaltada por vagos recuerdos que comenzaron a flagelarla. Memorias que esclarecían el horizonte y le permitieron respirar profundamente al mermar su ansiedad. Rememoró por un instante cuán infeliz y desesperada estaba. Cuanta sed tenía de un cambio milagroso en su vida, y la emoción que le llenaba la idea de emprender el abordaje al navío en el que ahora estaba intentando dormir.
Si Emma estuviese junto a ella le sacudiría con más ferocidad de lo que el mar, ahí fuera, mecía el barco. La abofetearía si fuese necesario hasta que se deje de miedos, flaquezas y pesimismos. <<¿Te desmoronas por una simple tormenta?>>, imaginó la voz de su amiga regañándole desde algún lugar.
Emma era su hermana no sanguínea. Un alma gemela que conoció en el internado cuando era niña. Se consideraban un par inherente, como lo son el día y la noche o el sol y la luna. Emma, con su cara cincelada, rasgos delicados y cabellera dorada, era la fuerza y el sol; Cordelia, con su mirada intensa y cabello de ébano, era la luna. Así las habrían descrito alguna vez, y ambas adoptaron su correspondiente emblema con orgullo.
Lamentaba que Emma Gautier se hubiese comprometido y sucesivamente mudado a otra ciudad. Pero eso era inevitable. Emma gozaba de una hermosura insólita y sobraban los caballeros que fueran capaces de batirse a un duelo por su mano. Pero para Cordelia era muy duro lidiar con esa ausencia. No tener a su hermana junto a ella fue parecido a perder un miembro de su cuerpo. Emma era su pilar personal, a quien acudía por consejo, opinión, apoyo incondicional o fuerza moral. Cuanta falta le hacía y que minusválida se sentía sin ella. Y justo en los momentos más intransitables y trascendentales por los que pasaba en ese momento.
Al ser una joven, de apenas diecisiete años, soltera y recién salida de un internado religioso, no contaba con grandes oportunidades y herramientas en la vida para sustentarse un futuro próspero, o por lo menos no por sus medios inmediatos. Cuando sus padres murieron liquidaron sus últimas monedas entre las deudas acumuladas y los años necesarios del internado para asegurar a su única hija una formación adecuada. Para lo que restaba, tenía que atenerse a la bondad de sus tíos que, cabe aclarar, no eran ricos, y desde luego, no contaban con el tiempo para sus caprichos o necesidades.
Si Cordelía era sincera consigo misma, podría confesar que se sentía realmente abatida por no poder consolidar una vida prometedora a recaudo de un buen conyugue, como todas sus excompañeras ya lo habían logrado, como se supone que debía de pasar y como su familia había esperado de ella para esa altura de su florecida feminidad. Encontrar al marido adecuado, que viera por el bienestar de una educada y refinada huérfana, había sido la última esperanza de sus padres de mantenerla enclaustrada en un costoso internado de renombre.
El clima en el internado ayudaba poco, sus compañeras no hablaban de otra cosa. Contaban los días de dejar el uniforme y sumarse al apellido de un caballero de buena familia, y Cordelia, por supuesto, no podía aspirar a menos.
Las “Magnolias de Varela”, no era un lugar que cualquier familia pudiese costear. Alojaba, entre otras distinguidas damas, a la hija del Almirante Cavalgary, la heredera de la fortuna Vellfort y a la hija del vizconde Bissett. Muchas de ellas internadas con el propósito de mantener su castidad bien resguardada hasta desposar al mejor pretendiente electo por sus padres. Como mujeres de exquisito estatus y educación, no supondría ningún problema encontrar un hombre a la altura de las expectativas. Y Si ellas no lo encontraban por mérito de su simpatía y belleza, las figuras paternales o los tutores de las mismas se encargaban de hacer gala de la posición familiar y llevar a cabo aquella elaborada búsqueda entre los codiciados viudos acaudalados, u otros hombres con dinero y sin compromisos maritales.
Eran pocas las internas que se sumaban a las filas de las casaderas solteras, y para su desgracia, Cordelia era una de ellas. Por tanto sus opciones se reducían a dos posibilidades: Principiar el noviciado como una alternativa segura y digna para una huérfana de buena familia, o emprender la búsqueda de un cónyuge a través de bailes y comitivas sociales. Por supuesto, la segunda alternativa era tentativamente más atractiva para una mujer en sus diecisiete, pero comprendía de una destreza en lenguaje corporal y coquetería del cual carecía por completo. Tendría que verse inmersa en una competida caza de solteras entre viudas y hermosas cazafortunas, aún más desesperadas, que eran expertas en el arte de la seducción. Ella aún era una niña en un caparazón… un caparazón que además era poco interesante para los varones.
Alguna vez una de las chicas le recomendó ir por los hombres mayores. “Ellos las prefieren virginales y puras”, le aseguró. Pero Cordelia se sentía incómoda en compañía de gente mayor. No comprendía de charlas sofisticadas, finanzas o de política, los temas recurrentes de aquellos señores; Además no se sentía atraída por los hombres que pasaban los veintiséis. Sólo le arrancaban suspiros los jóvenes que oscilaran su edad. Emma lo comprendía mejor que nadie. “¿De qué se puede hablar con un viejo?´, ¿Sobre bastones?, ¿Sobre pelucas para ocultar la calvicie?”.
Alphonse Bonnet parecía ser el indicado. Se ajustaba al perfil que siempre había deseado. Tenía su misma edad, un porte elegante a juego con un rostro afable. Era tímido y un sujeto de conversación simple, y una amplia sonrisa en cada respuesta.
La huérfana siempre sintió predilección por los rostros comunes sobre los atractivos. Damián Oset era el laurel dorado entre los jóvenes, aquél por el que todas las chicas se aletargaban en su presencia. Tenía ese tipo de rostro cautivador y perfecto del que era difícil desprenderse, y consecuentemente era poseedor de un ego y una soberbia que sobrepasaba los límites de la paciencia y la tolerancia del resto del mundo. Su arrogancia sólo podría rivalizar con la gallardía que destilaba. Era por él que había desarrollado interés hacia los chicos más discretos, y Alphonse era uno de ellos. Un chico cuya apariencia no brillaba entre el resto de los caballeros, pero su sencillez lo hacía resplandecer. No solía sociabilizar con mujeres, lo cual le dotaba de un recatado encanto puro y dócil. Alguien como Damián Oset jamás lograría hacerla sentir tan cómoda como lo hacía la compañía de Alphonse Bonnet.
Cordelia respiró profundamente, frustrada, al recordar la vez que lo conoció.
A comienzos de la primavera, durante la exhibición de la bisutería floral de ese mismo año, su prima, Marietta, daba un recital de canto para amenizar la conmemoración. Marietta Leone había dedicado todos sus esfuerzos desde muy pequeña a perfeccionarse como soprano de ópera; para ella era inevitable no desperdiciar ninguna oportunidad de presumir sus avances vocales en eventos públicos, como era el caso de la exhibición anual del arte floral de la localidad.
Aún podía escuchar la dulce voz de Marietta entonando “Vanne Pentita a Pangere” sobre una tarima a mitad del parque principal rodeada de la exquisita colección de florecientes rosas y claveles de la Condesa de Provenza. Cordelia no podía presumir de ser experta en la rama musical, de hecho era tan ignorante que llegaba a exasperar a sus tíos cuando saltaba el tema en la mesa; Sin embargo disfrutó aquéllas notas como si fuese una compositora erudita. La cara iluminada y extasiada de su prima era suficiente para alegrar el momento y deleitarse con la melodía. Su prima se había preparado para aquél recital como si su vida se fuera en ello y, como familia consanguínea, era su deber apoyarla y aplaudirla desde la primera fila. Fue durante el segundo estribillo cuando Nicolai Leone, su primo y hermano menor de Marietta, se acercó junto con un buen y cercano amigo llamado Alphonse.
—¿Llego muy tarde?—Preguntó Nicolai con respiración agitada después de abrirse paso entre la multitud que atendía el recital de Marietta. —Pensé que Marietta comenzaría más tarde. ¿Han adelantado el programa?.
— Llegas a tiempo—Le aseguró Cordelia —Comenzó hace...un soplo de clarín.
—Rogaré por que sea cierto. De lo contrario Marietta estará reprochándomelo por un mes—Bromeó en complicidad con Cordelia. Ambos sabían que Marietta era de fuerte temperamento y muy sensible cuando se trataba de sus recitales.
La muchacha soltó una risita sutil e incómoda, una que soltaba cada vez que su primo hacía un chiste a costa de su hermana. Y Tras unos instantes contemplando a la voluminosa cantante, advirtió finalmente la presencia de Alphonse cuando éste habló por primera vez.
—Tu hermana canta realmente bien—Opinó el moreno con voz suave y gentil.
—Pierde todo el encanto cuando la escuchas cuatro horas continuas, todos los días—Exclamó en respuesta su primo.
La joven Cordelia le proporcionó un codazo. El comentario era de lo más inoportuno y Nicolai solía ser muy indiscreto cuando se trataba de hablar sobre su hermana.
—Sólo bromeo—Se justificó su primo divertido. —Cordelia, ¿Conocías a Alphonse? —Preguntó entonces. Quizá intentando distraerla de su comentario anterior.
—Me parece que no había tenido el placer.
—Ella es mi prima—Explicó Nicolai a su amigo —Recién se mudó a nuestra finca. Acaba de terminar su internado; “Una Magnolia”.
Alphonse era alto, de rostro alargado y de cabello tan obscuro como el de ella. Tenía un par de cejas muy marcadas que le ornaban en su rostro un carácter peculiar. Al joven le costó mantener la mirada de Cordelia por más de unos segundos, fingía atender la punta de sus zapatos con mucha timidez.
Enternecida por ese gesto, Cordelia no dejó de sonreírle en lo que restó del recital.
En un momento inexacto entre la segunda y la cuarta canción de Marietta, Nicolai se ausentó con el pretexto de ir a buscar algo para refrescarse. A la joven no le importó apreciar el concierto hasta su nota final en compañía de un desconocido Alphonse, quién al paso del intercambio de comentarios fue perdiendo parcialmente la timidez.
Cuando los aplausos cesaron y la muchedumbre se dispersó para vagar entre los arreglos florales, Cordelia y Alphonse se encaminaron juntos a buscar a Nicolai. Fue un excelente pretexto para fraternizar con el muchacho.
—¿Dónde conociste a mi primo? —Preguntó la joven.
—Lo conocí desde que era monaguillo en la parroquia de las afueras del pueblo—Respondió algo nostálgico.
— ¿Tú también dedicarás tu vida a las sagradas escrituras? — Preguntó, casi de inmediato. Dejando constatar involuntariamente algo de desilusión.
—¿Yo? —Exclamó —No podría.
Cordelia volvió a respirar tranquila con aquella respuesta. Temía comenzar a enamorarse de alguien que ambicionara hacer voto de celibato.
—Mi padre no me lo permitiría—Añadió.
—Entonces puedo sospechar que eres el único varón de tu familia. —Se aventuró a adivinar, con un renovado entusiasmo.
—El único varón… y el único hijo—asentó.
Cordelia sonrió. Había descubierto la primera cosa en común con Alphonse. ¿En cuántas cosas más podrían estar compaginados?
La conversación se extendió hasta más allá del medio día. Fue un momento sumamente agradable aquel que pasó caminando al lado de aquél muchacho, aunque aquél apenas decía palabra, aquella tenía la sensación de que entre más sonrisas intercambiaban, mayor era el vínculo entretejiéndose. Se sentía privilegiada de tener como antesala esos gloriosos monumentos de rosas, claveles y camelias, que apiladas formaban fabulosas esculturas salidas del jardín de venus. Era perfecto, romántico, casi creyó que se trataba de una obra divina en repuestas de sus plegarias; Lamento que, subsecuentemente, encontraran a Nicolai en el tenderete de manzanas, y que aquella amena caminata entre los dos llegara a su fin.
Los días que siguieron a ese primer encuentro, se sumergió en un mar de esperanzas y anhelos con sabor a matrimonio. Comenzó a perfeccionar su ataviado personal, apretar un par de centímetros más su corsé para acentuar su cintura y a perfeccionar sus lecciones de refinamiento y modales. Nicolai había invitado a Alphonse para visitar la finca, como otras veces lo había hecho con casualidad y sin alguna formalidad, pero esta vez era especial. El padre de Alphonse, un importante negociante con título aristócrata, asistiría con la intención de conocer a la familia Leone. Era extraño que los sujetos con el estatus como la de los Bonnet visitaran fincas de familias inferiores, sabían que no serían atendidos con aquellos lujos a los que estaban acostumbrados, pero Cordelia estaba segura que ese gesto sólo podía indicar una cosa: El padre de Leone tenía intención de arreglar un compromiso, lo que indicaba que Alphonse estaba interesado en ella.
Exhaló una bocanada de aire. Que boba había sido. Cerró con fuerza los ojos para contener el enojo que hervía dentro de su pecho. Era furia hacia ella misma y sus ilusos sueños desesperados por casarse con el primer hombre que la había deslumbrado con su apellido y una sonrisa. Dejarse engatusar por esos anhelos infantiles la rebajaron inmediatamente a compararse entre aquél vergonzoso rubro de provincianas crédulas y profanas, carentes de mundo e intelecto, era precisamente lo que nunca debía convertirse tras sus años en un costoso internado.
Quizá la verdadera razón de abordar ese barco se debía a ese sentimiento, o eso reflexionó. De alguna manera sentía que se alejaba de esa niña desesperada e ilusa que tanta desilusión había barnizado sobre sí misma. Ser la mentirosa e ingrata sobrina de los Leone era mejor que ser la ingenua y desesperada prometida de Alphonse, o así lo consideraba ella.
¿Pero quién le aseguraba que esa niña ilusa y desesperada se había quedado en Francia?. Notó que sus uñas habían llegado a lastimar la propia piel de sus palmas cuando se tensó y cerró sus puños apenas escuchar un intimidante trueno que retumbó sobre cada madero que conformaba su apretada cabina; Lo notó enseguida, esa niña ingenua y desesperada estaba más presente que nunca. Después de todo reconocía que la desesperación la había empujado a acceder a ese viaje y la ingenuidad a creer que sería tan sencillo, seguro y cómodo como un paseo por el carruaje de sus tíos. Si la expedición resultaba un fracaso, una probabilidad inherente en cada negocio de riesgo, todo habría sido en vano. Y esta vez, no habría una segunda propiedad que empeñar, una familia de tíos que vean por su seguridad o un prometido esperando su mano.
—¿En qué demonios me he metido?
violeta- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 02/07/2016
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